En el cumpleaños de Louis Ferdinand Céline: una fiebre obsidional.
por Manuel Fernández Espinosa – Louis Ferdinand Auguste Destouches, más conocido como Louis Ferdinand Céline, nació tal día como hoy, 27 de mayo del año 1894, en Courbevoie. La sangre bretona que corría por sus venas tuvo que darle ese toque melancólico, tan céltico, que a veces asoma en su obra. En su «Carnet del coracero Destouches» que, hasta cierto punto, constituye un cuaderno introspectivo, llega a preguntarse: «¿Soy poético? No. No lo creo; sólo un fondo de tristeza yace en el fondo de mí mismo, y si no tengo el valor de ahuyentarlo con una ocupación cualquiera adquiere en seguida grandes proporciones».
Toda su obra es un testimonio vital de alguien que nunca se vio a sí mismo como un héroe, sino como un superviviente. El «Viaje al fin de la noche» (su novela más famosa) nos pinta sus peripecias a través de las de su alter ego, el protagonista del «Viaje…», Ferdinand Bardamu. Novela de aprendizaje, con un fuerte carácter picaresco, Céline lanzó con ella al mundo su grito de rebelión. Una rebelión con causa, la del individuo inteligente que no puede evitar ahorrarse la entrada en la dinámica de la sociedad hipócrita que lo absorbe, pero que resiste y que descubre que los valores chapados de hojalata, por mucho que brillen, no corresponden a nada auténtico. (more…)
Samples corazonescos 9. Celiniana
por Fernando Márquez «El Zurdo»
[la última publicación de la saga corazonesca fue el cuadernillo titulado EL CORAZON DE LA REVUELTA: POR UNA PEDAGOGIA DE LA INSURRECCION, que se regalaba con el nº 18/19, donde recogí textos aparecidos paralelamente a ECDB en otras revistas y boletines, mayormente PROXIMO MILENIO; creo que esa antología incluye los mejores textos de reflexión zurdesca de la época y fue un oportuno corolario a una aventura con bastantes altibajos en el terreno, quizás no de la opinión, pero sí de la elección de las gentes que pudiesen encarnar esas expectativas; ahora que ando releyendo al amigo Destouches, me ha parecido oportuno como muestra del cuadernillo este texto, aparecido originalmente en PROXIMO MILENIO]
CELINIANA
Céline, la basura. Pacifista usurófobo, como Pound (pero sin un Ginsberg que lo redimiese -ni un Eliot que lo avalase-). El frenético. El angustiado. El Dennis Hopper que aúlla compulsivo junto a Kurtz en «Apocalypse now». El taxista Céline que Scorsese y Schrader vistieron con el insomnio lacónico de Travis. Céline, en cambio, no es lacónico: no se calla nada. Vomita sus múltiples tormentos y sus breves instantes de placer (placer de ver a dos mujeres devorarse con pasión, placer de ayudar a un pequeño que morirá pronto, placer de la escritura, placer del panfleto, placer de los muy contados reconocimientos, placer de asistir al comienzo de una expectativa que acabará por defraudar, placer del gato con nombre de niño ya muerto, placer de Lucette, placer de incomodar a las buenas gentes con su mera mención, placeres inefables -pero sí narrables en cascada de exabruptos, de puntos suspensivos para recobrar el aliento, de nuevas blasfemias contra el dios establecido por la Era Ford-, placeres únicos de la mierda bípeda a quien nadie amparará…).
Céline, vindicado. Pero con prudencia. Aún no hay cursillo en El Escorial para él. Aún ninguna editorial ha publicado en castellano sus panfletos, pese a estar tales textos, en su rabia justísima (rabia fibrosa de perro malnutrido), más cerca de lo semita árabe (incluso de lo semita judío -pienso en el Chomski prologuista de Faurisson o en los historiadores respondones como David Cole-) que de los botiguers bávaros de estómago boteriano: porque Céline no es un europeísta con veleidades plutocráticas (llámense éstas Krupp o Thyssen o CEE o Maastricht o Eurodisney), porque Céline es, como yo y como los demás habitantes del corazón del bosque, un indígena europeo, un papúa gótico inasequible a la transculturación y a los Bilderberger. Nada más opuesto a la demagogia hitleriana para tenderos con ínfulas de Sigfrido que el aullido celiniano, pacifista y antijudío de clase (compartía con Ghandi ambos rasgos -mirad por dónde, alevines pannellianos amigos de repartir envenenadas limosnas neoliberales y sionistas-). Aún los guripas del pensamiento lo tienen fácil con Céline (ya que no -cada vez menos- con Heidegger, Schmitt o Jünger).
Céline, humano, demasiado humano. Céline, pura llaga que anda, que nos ayuda a andar. En los momentos de mayor depresión, cuando Jünger se nos antoja demasiado frío en su distancia sobrehumana (y lo llegamos a maldecir -desde la ceguera que da la distancia-), cuando somos tratados por el Sistema como apestados, cuando nuestro dolor todavía no se ha curtido, cuando todavía nuestro espíritu no se ha metamorfoseado de reptante y maltrecha oruga en egregia y segura mariposa de acero, cuando el eastwoodiano hombre sin nombre que todos llevamos dentro todavía no cicatrizó sus heridas, cuando así van las cosas resulta terapéutico releer «Muerte a crédito» o «De un castillo a otro» o «Viaje al fin de la noche». Así la fiebre baja y las sirenas nihilistas cogen laringitis por un rato.
Con el tiempo, algunos superamos el bajón y, ya curtidos, asumimos la bendita distancia del anarca, del emboscado. Pero no olvidamos la angustia (tan cercana, ya para siempre) y no escupimos sobre los angustiados (de ahí que -como Travis, como el chacal loco Dennis Hopper, como las siluetas munchianas que deambulan por las calles gritando a solas entre la multitud contra el Gobierno, como el asesino de John Lennon, como los humillados y ofendidos sin nombre de Gaza o Argelia o Chechenia o los Balcanes, como…- Céline vele en mi cabecera junto a las diosas con sombra de pantera y los superhombres con sonrisa lupina).
Acabaré, porque en ella se resume todo el sentido de este artículo, con la cita celiniana con que ilustré el lp «1984» (sí, el que contenía «La cólera» -canción cuyo texto, de seguro, habría encantado al doctor Destouches-): «Todo lo que se leía, tragaba, chupaba, admiraba, proclamaba, refutaba, defendía, todo eso no eran sino fantasmas odiosos, falsificaciones y mascaradas. Hasta los traidores eran falsos».
Extraído de: Piel de Lobo
Louis Ferdinand Céline, una vez más, de nuevo
por Juan Ángel Juristo (*)
Céline es un escritor tan incómodo que de vez en cuando su nombre retumba en los salones del escándalo mediático. Pasó el calvario de su llegada a Francia desde el exilio y su lenta rehabilitación en una operación mu inteligente de Gallimard, eran otros tipos, luego nos desayunamos con la polémica tonta con los Diarios de Ernst Jünger en que el escritor aparece bajo la descripción de los rasgos morales un tanto bajos de Merline, más tarde, surge la eterna cuestión de volver a publicar sus libelos antisemitas y la bomba Céline estalla de nuevo… Un recurso que no falla cuando no hay nada más que vender.
Aquellas polémicas, sin embargo, mantenían un transfondo real, doloroso, acuciante.
La última no posee nada de ello. Es, sencillamente, censura blanda en una sociedad a la que, parece, le han trepanado la memoria. Parece ser que el escritor estaba incluido en una lista de conmemoraciones culturales para este año organizada por el Ministerio de Cultura Francés ya que se cumplía el cincuentenario de su muerte.
Todo iba sobre aceitadas ruedas administrativas hasta que un tal Serge Klansfeld, que es Presidente de la Asociación de hijos de deportados judíos en Francia, y cuyo hijo salió un tiempo con Carla Bruni, debo esta información a Juan Pedro Quiñonero y su blog, Una temporada en el Infierno, ha presionado protestando sobre el evento, a lo que el Ministro, Fredéric Mitterrand, reaccionó tachando al único escritor que se puede medir con Proust en el pasado siglo en Francia de su lista de conmemoraciones republicanas, cosa que hubiera hecho partir de la risa y del sarcasmo al escritor.
El Ministro, que fue objeto de un acoso mediático por parte del Partido Socialista Francés bastante mediocre donde se le implicaba en abuso de menores hace unos meses, defendió gallardamente a Roman Polansky cuando se le encarceló en Suiza. En aquel entonces Bernard Henri Lévy escribió un artículo muy bello defendiendo al cineasta;ahora,con Céline, ha hecho lo mismo, al igual que Phillippe Sollers. No ha habido muchos casos más que sean sonados.
¿Es necesario comentar algo? Todos los días nos levantamos con informaciones similares donde ha primado el miedo sobre ciertos valores. No sé que pensará en la intimidad Fredéric Mitterrand, le supongo menos pacato de lo que ha demostrado porque sé que no lo es, pero en realidad todo esto da igual. Lo terrible es ese «por si acaso», ese adelantarse a las consecuencias posibles y actuar como siempre se actúa en estos casos.
Los que han atisbado y sufrido las medias tintas, la ambigüedad moral inherente a las dictaduras, se muestran muy sensibles a la cosa. Saben de qué hablan.
(*) Juan Ángel Juristo es crítico literario y escritor.
Extraído de: «Juan Ángel Juristo»
La locura de Céline
Por José Luis Ontiveros
¡Nadie puede tolerarlo más!…¡es Usted lo peor del mundo!…¡No le ha bastado con destruir el estilo literario de los salones!…¡Ese que nos permitía entregar premios y hacer reconocimientos!…¿Por qué ha huido del nido de amor que le ofrecían en Dinamarca!…¡Ya había deshonrado todas las banderas!…¡Ni en el anarquismo tiene ya cabida!… ¡Canalla Céline puede irse a bailar polka con los esquimales!…¿Acaso es Usted un escritor o un malviviente? Considerando todo lo cuidadoso que son los escritores para consumar infamias. ¡Qué acaba Usted de hacer! ¡Explíquese!
En realidad soy un proscrito. He sido marcado en todas las listas, los comunistas me pusieron en lugar privilegiado pero regresé de la URSS y no pude más que escribir Mea Culpa y ello me trajo su condena, fui juzgado y fichado, no importa que Trotsky se muriera por mi estilo, los pioletazos terminan con alterar el sentido crítico. Resulta muy reconfortante que Trotsky que fue un asesino con mayúscula, ahora sea agasajado como filántropo, las ruindades del Ejército Rojo, dónde quedaron, ¿y sus meticulosas masacres? ¡Y esa forma de aniquilar a los Romanoff! Todo ello es basura. Y el único criminal soy yo, está bien, ¡lo admito! Y hasta puedo cantar. Mas los fascistas creyeron que iba andar a paso romano y con la Giovinneza, es más pensaron que pronto haría una lírica para Horst Wessel, que mi arte enloquecido iba a rendir cuentas… que ya me iba a portar bien… Y nada… Volví a las andadas…Me zafé de swásticas y critiqué al propio Führer, eso lo hice de gratis, nadie me lo pidió…¡no lo hice comprado por los masones ni por los católicos…En pleno juicio, un poco de fiebre y mire Usted las páginas de Rigodón.
Hay que tener cuidado
Pare ya, ¡deténgase!… provoca en todos nosotros asco moral y estamos en mayoría, nadie lo apoya, se le ve con desconfianza, es usted un facho de closet. Fascista y más que fascista un verdadero monstruo. Vamos a revisar todo lo que ha escrito y lo que imaginó también ¡todo! No podrá escapar de sí mismo. Céline se alzó de pronto, no tenía ganas de escapar, recogió con cuidado su pluma Sheaffer e hizo una mueca al respetable. Sí un gesto obsceno e hiriente. Parecía hablar para sí mismo. Idiotas y pequeñas bestiezuelas. Nada podrán contra mi obra inmortal. Sobrevivirá a Notre Dame y al Arco, a las reliquias de Juana, a las tristezas de las hojas muertas. Céline siguió hablando, disparates y maldiciones. De seguir así morirá en nuestro manicomio dijo el loco mayor. Y los demás locos con sus sombreros de Napoleón y sus gorros frigios, babeantes y alegres, ensimismados en su triunfo, literatos consumados y moralistas con un trompetillero, cantaron de pronto La Marsellesa. Era una cacería extraordinaria, al fin se habían hecho de un canalla en plenitud, tan sólo habían capturado viejitos que se perdían de sus casas, al fin, sus locuras habían alcanzado la pompa y nada mejor que haber logrado aprehender a Céline. Vamos a jugar al trenecito dijo uno de los locos más cuerdo y se escuchó el ruido de la máquina con fú fú fú y un puro a manera de penacho humeante. En realidad, Céline había escapado a los controles de la policía del pensamiento y se había sumado a los locos, Pound había sido metido en el manicomio y se veía difícil que lo soltaran al fin lo hicieron, lo tuvieron con su camisa de fuerza y con reflectores para que no pudiese dormir. Céline había adelantado la parodia y así logró escapar del manicomio democrático que es el mayor centro de reclusión mundial de locos pasteurizados. Mas no hay que olvidar la lección: hay que tener cuidado al hablar en público.
Extraído de: Tribuna de Europa
Censurado en Francia el 50º aniversario de la muerte de Céline
por Juan Pablo Vitali
En uno de los más importantes diarios de Buenos Aires, podía leerse hace unos días en una de sus páginas culturales: “Francia retira al escritor Louis Ferdinand Céline de la sección de celebraciones nacionales”, “Se canceló el homenaje que se iba a hacer al novelista con motivo del 50 aniversario de su muerte”.
Cabe recordar que el ministro de cultura francés lleva el célebre apellido progresista Miterrand. La decisión política es previsible y ya nada nos debe resultar sorprendente. Pero ¿qué se condena aquí, la obra o el autor? Si la obra mereció ser incluida entre las “celebraciones nacionales”, será que algún mérito tiene para ello. ¿Cuál es el motivo entonces para retirarla después de haber sido elegida? Si es un castigo post mortem a Céline, a este poco le importará, sea cual fuere el lugar donde se encuentre. Si por el contrario el castigo es a la obra, es ridículo castigar aquello que hasta ayer queríamos celebrar.
Decididamente no entiendo al progresismo. Me parece que el castigo es en realidad a los lectores y a la cultura, que cada vez que la arbitrariedad lo decide, pierde a uno de los suyos.
No se dice qué parte de la obra de Céline merece castigo. Tampoco si como obra en sí, ha dejado de pronto de tener la altura suficiente para estar entre las “celebraciones nacionales” de la cultura francesa. Nada de eso se aclara.
Al parecer fueron ciertas opiniones de Céline que alguno se apuró a recordar, las que fueron tomadas en cuenta para inhabilitar toda su obra, contradiciendo lo anteriormente considerado. Si Céline se ha equivocado (cualquiera tiene el derecho de pensar así), ¿qué puede aportar a la cultura castigar lo mejor de Céline que es su obra? ¿No es Francia la campeona de las libertades? En todo caso: ¿puede el arte dejar de serlo, por las opiniones equivocadas de un autor? ¿Tiene entonces el arte que llenar algunos requisitos ideológicos para ser considerado como tal? Esta última y estrecha opinión parece prevalecer, ya que pesan más las opiniones de Céline que los cien millones de muertos que nos dejó el comunismo (nada más que en la URSS), porque ser o haber sido comunista (la mayoría de ellos ya se ha reciclado) ha sido y es la mejor carta de presentación y de “éxito” en los ambientes culturales.
En fin, así es el totalitarismo. Por mi parte seguiré leyendo a Céline y si son buenos, también autores comunistas. Sus obras no me llevarán al error ideológico, que en todo caso sería responsabilidad mía. Prefiero asumir la propia libertad de análisis y de pensamiento, a dejar de reconocer el genio artístico de alguien.
Extraído de: «El Manifiesto»
Reedición de «Semmelweis» de Louis-Ferdinand Céline
Título: Semmelweis
Autor: Louis-Ferdinand Céline
Editorial: Marbot
Traducción: Ramón Vilà Vernis
Colección: Tierra de nadie
ISBN: 9788493641177
Páginas: 128
«Todo lo que hacemos aquí me parece absolutamente inútil, las bajas se suceden como si nada. Sin embargo, seguimos operando sin querer saber en serio por qué tal enfermo muere y el otro no en situaciones idénticas».
Semmelweiss, un joven estudiante de derecho nacido en Budapest, acude a Viena en 1837 para terminar sus estudios. Pero al llegar a la capital del imperio, movido por la curiosidad, sigue un curso en el hospital de la ciudad, luego asiste a una autopsia y acaba descubriendo su vocación verdadera. Al cabo de poco tiempo, el joven médico empieza a ejercer en prácticas en uno de los pabellones del hospital de maternidad de la capital austriaca. Allí descubre con horror que entrar en aquel lugar supone una condena a muerte para la mayoría de parturientas. Perseguido por la idea de que sus colegas son, sin saberlo, verdugos, empieza a investigar y pronto ofrece un método para reducir las calamitosas cifras de mujeres muertas. Pero contra lo que cabría esperar, este descubrimiento choca en un primer momento con la indiferencia de sus colegas y luego con un odio creciente que lo llevará a la marginación profesional y a una profunda crisis personal. Sólo años después de su muerte se le reconocerá como el padre de la antisepsia moderna.
Con el relato de la trágica historia de Semmelweiss el escritor francés no sólo denuncia a la comunidad científica del siglo XIX, sino en general la estupidez y la mezquindad humanas: «Supongamos» escribe Céline en su Prefacio, «que hoy aparece otro inocente que se pone a curar el cáncer. ¡El pobre no puede sospechar el tipo de música que le harían bailar en seguida! ¡Sería fenomenal! ¡Ah, qué redoble su prudencia! ¡Ah, más vale que esté prevenido! ¡Qué se ande con muchísimo cuidado! ¡Ah, más le hubiera valido alistarse de inmediato en la Legión Extranjera! Todo se expía, tanto el bien como el mal se pagan, tarde o temprano. Naturalmente, el bien es mucho más caro ».
Es posible que Céline quisiera ver en Semmelweiss a una figura tan lúcida, marginal, incómoda y denostada como él mismo. (El Boomeran)
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