Cultura Transversal

Llaves: La escuela perennialista

LLAVES LA ESCUELA PERENNIALISTApor José Carlos Aguirre – Las sabidurías de la ebriedad atraviesan una buena parte de la cultura mediterránea y europea. La Grecia antigua y los cultos dionisiacos y mistéricos, la llamada manía platónica, la ebriedad sufí o los divinos furores del pensamiento renacentista son buen botón de muestra. Todas estas sabidurías de la ebriedad encuentran su quicio en el sesgo iniciático de esa ebriedad. Todas ellas se ordenan desde una determinada expansión del alma que abre la misma a planos de vida y de plenitud existencial que transcienden lo convencional y ordinariamente humano. Todas encontrarán su quicio en la copertenencia de contrarios –coincidentia opositorum-, en la toma de conciencia de la unidad de todo lo real y en cierta pervivencia de lo humano más allá de su propia particularidad. Estas tradiciones sapienciales entenderán la ebriedad como algo que transciende lo meramente extático de tal modo que sus bendiciones abrazaran no solo determinados estados sino la más estricta cotidianidad y la totalidad de lo humano. Advirtamos que, así considerada, la ebriedad vendría a entenderse como una expansión de la conciencia que ampararía un conocimiento más profundo de lo real.

(more…)

Revista digital «Elementos» nº 78: «Ernst Jünger: de héroes, titanes y dioses»

Posted in Autores, Ernst Jünger, Publicaciones by paginatransversal on 13 septiembre, 2014

ELEMENTOS 78 ERNST JUNGER HEROES TITANES DIOSESDescargar con issuu.com (flash / pdf)
Descargar con scribd.com (pdf / epub)
Descargar con google.com (pdf / epub)

Sumario

Ernst Jünger: el Trabajador, entre los Dioses y los Titanes, por Alain de Benoist

Ernst Jünger: la revuelta del anarca, por José Luis Ontiveros

Un guerrero contra la vulgaridad. El joven Jünger, por Manuel Domingo

Ernst Jünger y el emboscado real, por Ángel Sobreviela

El Trabajador de Ernst Jünger, por Julius Evola

(more…)

Ernst Jünger: Diario de guerra (1914-1918)

Posted in Autores, Ernst Jünger, Historia, Libros, Publicaciones by paginatransversal on 8 septiembre, 2013

JÜNGER DIARIO DE GUERRA 1914 1918

DIario de guerra (1914-1918)
BIOGRAFÍAS, AUTOBIOGRAFÍAS Y MEMORIAS (NF). Diarios
Mayo 2013
Tiempo de Memoria TM 97
ISBN: 978-84-8383-479-4
País edición: España
672 pág.
24,03 € (IVA no incluido)

Movido por su sed de peligros y aventuras, el jovencísimo Ernst Jünger —tenía entonces diecinueve años— se alistó voluntariamente en el 73.º Regimiento de Fusileros, cruzó la frontera de Luxemburgo a finales de 1914 y, poco después, entró en combate. Desde entonces, y casi a diario, relató en quince cuadernos su participación en una contienda que diezmó a una generación entera. Pronto encuentra el infierno: poblaciones arrasadas, heridos abandonados a su suerte, compañeros desventrados; una verdadera máquina de devastación. También describe la dureza de la vida en las trincheras, el peligro de las incursiones nocturnas para capturar prisioneros o las ocasiones en que escapa de la muerte, agazapado en el cráter de un obús.

(more…)

La presencia de René Guénon en Mircea Eliade y Carl Schmitt

por Francisco García Bazán  (Universidad A.J.F. Kennedy-CONICET)

Al final de mi libro en colaboración René Guénon y la tradición viviente (1985), apuntaba algunos rasgos sobre la influencia de René Guénon en una diversidad de estudiosos contemporáneos. Allí escribí:

«El mundo de habla española, por su parte, se abre velozmente en los últimos decenios a la gravitación guenoniana. Hemos de reconocer que la Argentina, en este sentido, no sólo ha jugado un papel preponderante, sino que incluso fue oportunamente una verdadera precursora de este florecimiento del pensamiento de Guénon [en la geografía hispana]. (more…)

La sombra del mal en Ernst Jünger y Miguel Delibes

Posted in Autores, Ernst Jünger, Miguel Delibes, Vintila Horia by paginatransversal on 24 marzo, 2012

por Vintila Horia.

De dónde viene esto, cómo ha ocurrido, hasta dónde puede extenderse su hechizo. Todos lo vemos o lo intuimos de alguna manera, pero no basta leer libros o asistir a películas -que lo ponen en evidencia. Habría que actuar, intervenir, pasar de la constatación a la resistencia. Y ni siquiera esto bastaría en el momento amenazador en que nos encontramos. Habría que reconocer y definir abiertamente el mal y acabar con él. Al mismo tiempo, cada uno de nosotros, y de un modo más o menos comprometido, está implicado en el mal, gozando de sus favores, para vivir y hacer vivir. Aun cuando lo reconocemos y estamos de acuerdo con los escritores que lo delatan, algo nos impide protestar, nuestro mismo beneficio cotidiano, nuestra relación con su magnificencia. «La cuestión es saber si la libertad es aún posible —escribe Jünger—, aunque fuese en un dominio restringido. No es, desde luego, la neutralidad la que la puede conseguir, y menos todavía esta horrorosa ilusión de seguridad que nos permite dictar desde las gradas el comportamiento de los luchadores en el circo.»

O sea se trata de intervenir, de arriesgarlo todo con el fin de que todo sea salvado.

Lo que nos amenaza es la técnica y lo que ella implica en los campos de la moral, la política, la estética, la convivencia, la filosofía. Y la rebeldía que hoy sacude los fundamentos de nuestro mundo tiene que ver con este mal, al que llamo el mayor porque no conozco otro mejor situado para sobrepasarlo en cuanto eficacia. Ya no nos interesa de dónde proviene y cuáles son sus raíces. Estamos muy asustados con sus efectos, y buscar sus causas nos parece un menester de lujo, digno de la paz sin fallos de otros tiempos. Sin embargo hay un momento clave, un episodio que marca el fin de una época dominada por lo natural —tradiciones, espiritualidad, relaciones amistosas con la naturaleza, dignidad de comportamiento humano, moral de caballeros, decencia, en contra de los instintos—, episodio desde el cual se produce el salto en el mal. Este momento es, según Ernst Jünger, la Primera Guerra Mundial, cuando el material, obra de la técnica, desplazó al hombre y se impuso como factor decisivo en los campos de batalla de Europa, luego del mundo, luego en todos los campos de la vida. Fue así como el hombre occidental universaliza su civilización a través de la técnica, lo que es una victoria y una derrota a la vez.

Este proceso, definido desde un punto de vista moral, ha sido proclamado como una «caída de los valores», o desvalorización de los valores supremos, entre los cuales, por supuesto, los cristianos. Nietzsche fue su primer observador y logró realizar en su propia vida y en su obra lo que Husserl llamaba una reducción o epoché. En el sentido de que, al proclamarse en un primer tiempo «el nihilista integral de Europa», logró poner entre paréntesis el nihilismo, lo dejó atrás como él mismo solía decirlo, y pasó a otra actitud o a otro estadio, superior, y que es algo opuesto, precisamente, al nihilismo. Desde el punto de vista de la psicología profunda, esta evolución podría llamarse un proceso de individuación. Pero tal proceso, o tal reducción eidética, no se realizó hasta ahora más que en el espíritu de algunas mentes privilegiadas, despertadas por los gritos de Nietzsche. Las masas viven en este momento, en pleno, la tragedia del nihilismo anunciada por el autor de La voluntad del poder. Aun los que, como los jóvenes, se rebelan contra la técnica caen en la descomposición del nihilismo, ya que lo que piden y anhelan no representa sino una etapa más avanzada aún en el camino del nihilismo o de la desvalorización de los valores supremos. Esta exacerbación de un proceso de por sí aniquilador constituye el drama más atroz de una generación anhelando una libertad vacía, introducción a la falta absoluta de libertad.

Todo esto ha sido intuido y descrito por algunos novelistas anunciadores, como lo fueron Kafka, Hermann Broch en sus Sonámbulos o en sus ensayos, Roberto Musil en su Hombre sin atributos, Rilke en su poesía o Thomas Mann. Pero fue Jünger quien lo ha plasmado de una manera completa, en cuanto pensador, en su ensayo El obrero, publicado en 1931, y en el ciclo Sobre el hombre y el tiempo, o bien en sus novelas.

En opinión de Jünger, escritor que representa, mejor que otros, el afán de hacer ver y comprender lo que sucede en el mundo y su porqué, y también de indicar un camino de redención, hay unos poderes que acentúan la obra del nihilismo, desvalorizándolo todo con el fin de poder reinar sobre una sociedad de individuos que han dejado de ser personas, como decía Maritain, y estos poderes son hoy lo político, bajo todos los matices, y la técnica. Y hay, por el otro lado, una serie de principios resistenciales, que Jünger expone en su pequeño Tratado del rebelde y también en Por encima de la línea, que indican la manera más eficaz de conservar la libertad en medio de unos tiempos revueltos, como diría Toynbee, ni primeros ni últimos en la historia de la humanidad. Tanatos y Eros son los elementos que nos ayudan en contra de las tiranías de la técnica o de lo político. «Hoy, igual que en todos los tiempos, los que no temen a la muerte son infinitamente superiores a los más grandes de los poderes temporales.» De aquí la necesidad, para estos poderes, de destruir las religiones, de infundir el miedo inmediato. Si el hombre se cura del terror, el régimen está perdido. Y hay regiones en la tierra, escribe Jünger, en las que «la palabra metafísica es perseguida como una herejía». Quien posee una metafísica, opuesta al positivismo, al llamado realismo de los poderes constituidos, quien logra no temer a la muerte, basado en una metafísica, no teme al régimen, es un enemigo invencible, sean estos poderes de tipo político o económico, partidos o sinarquías.

El segundo poder salvador es Eros, ya que igual que en 1984, el amor crea un territorio anímico sobre el cual Leviatán no tiene potestad alguna. De ahí el odio y el afán destructor de la policía, en la obra de Orwell, en contra de los dos enamorados, los últimos de la tierra. Lo mismo sucede en Nosotros, de Zamiatín. Al contrario, según Jünger, el sexo, enemigo del amor, es un aliado eficaz del titanismo contemporáneo, o sea, del amor supremo y resulta tan útil a éste como los derramamientos de sangre. Por el simple motivo de que los instintos no constituyen oposición al mal, sino en cuanto nos llevan a un más allá, en este caso el del amor, única vía hacia la libertad.

El drama queda explícito en la novela Las abejas de cristal. En este libro aparecen los principios expuestos por Jünger en El obrero, comentados por Heidegger, en Sobre la cuestión del Ser. El personaje principal de Jünger es un antiguo oficial de caballería, Ricardo, humillado por la caída de los valores, es decir, por el tránsito registrado por la Historia, desde los tiempos del caballo a los del tanque, desde la guerra aceptable o humana a la guerra de materiales, la guerra técnica, fase última y violenta del mundo oprimido por el mal supremo. El capitán Ricardo evoca los tiempos en que los seres humanos vivían aun los tiempos caballerescos que habían precedido a la técnica y habla de ellos como de algo definitivamente perdido. Es un hombre que ha tenido que seguir, dolorosamente, conscientemente incluso, el itinerario de la caída. Se ha pasado a los tanques no por pasión, sino por necesidad, y ha traicionado unos principios, y seguirá traicionándolos hasta el fin. Porque no tiene fuerzas para rebelarse. Su mujer lo espera en casa y todo el libro se desarrolla en tomo a un encuentro entre el ex capitán sin trabajo y el magnate Zapparoni, amo de una inmensa industria moderna, creadora de sueños y de juguetes capaces de hundir más y más al hombre en el reino de Leviatán. Símbolo perfecto de lo que sucede alrededor nuestro. Zapparoni encargara a Ricardo una sección de sus industrias, y este aceptará, después de una larga discusión, verdadera guerra fría entre el representante de los tiempos humanos y el de la nueva era, la del amo absoluto y de los esclavos deshumanizados. Zapparoni sabía lo que se traía entre manos. «Quería contar con hombres-vapor, de la misma manera en que había contado con caballos-vapor. Quería unidades iguales entre sí, a las que poder subdividir. Para llegar a ello había que suprimir al hombre, como antes el caballo había sido suprimido». Las mismas abejas de cristal, juguetes perfectos que Zapparoni había ideado y construido y que vuelan en el jardín donde se desarrolla la conversación central de la novela, son más eficaces que las naturales. Logran recoger cien veces más miel que las demás, pero dejan las flores sin vida, las destruyen para siempre, imágenes de un mundo técnico, asesino de la naturaleza y, por ende, del ser humano.

Hay, sí, un tono optimista al final del libro. La mujer de Ricardo se llama Teresa, símbolo ella también, como todo en la literatura de Jünger, de algo que trasciende este drama, de algo metafísico y poderoso en sí, capaz de enfrentarse con Zapparoni. Teresa representa el amor, aquella zona sobre la que los poderes temporales no tienen posibilidad de alcance. Es allí donde, probablemente, Ricardo y lo que él representa encontrará cobijo y salvación. Porque, como decía Hólderlin en un poema escrito a principios del siglo pasado, “Allí donde está el peligro, está también la salvación”.

En cambio, no veo luz de esperanza en Parábola del náufrago, de Miguel Delibes, novela de tema inédito en la obra del escritor castellano, una de las más significativas de la novelística española actual. El mal lo ha copado todo y su albedrío es sin límites. Lo humano puede regresar a lo animal, sea bajo el influjo moral de la técnica y de sus amos, sea con la ayuda de los métodos creados a propósito para realizar el regreso. Quien da señales de vida humana, o sea, de personalidad, quien quiere saber el fin o el destino de la empresa —símbolo ésta de la mentalidad técnica que está envolviendo el mundo— esta condenado al aislamiento y esto quiere decir reintegración en el orden natural o antinatural. Uno de los empleados de don Abdón, el amo supremo de la ciudad —una ciudad castellana que tiene aquí valor de alegoría universal—, ha sido condenado a vivir desnudo, atado delante de una casita de perro y, en poco tiempo, ha regresado a la zoología. Incluso acaba como un perro, matado por un hortelano que le dispara un tiro, cuando el ex empleado de don Abdón persigue a una perra y están escañando el sembrado. Y cuando Jacinto San José trata de averiguar lo que pasa en la institución en que trabaja y donde suma cantidades infinitas de números y no sabe lo que representan, el encargado principal le dice: «Ustedes no suman dólares, ni francos suizos, ni kilovatios-hora, ni negros, ni señoritas en camisón (trata de blancas), sino SUMANDOS. Creo que la cosa está clara.» Y, como esto de saber lo que están sumando sería una ofensa para el amo, el encargado «… le amenaza con el puño y brama como un energúmeno: «¿Pretende usted insinuar, Jacinto San José, que don Abdón no es el padre más madre de todos los padres?» Y, puesto que Jacinto se marea al sumar SUMANDOS, lo llevan a un sitio solitario, en la sierra, para descansar y recuperarse. Le enseñan, incluso, a sembrar y cultivar una planta y lo dejan solo entre peñascales en medio del aire puro.

Sólo con el tiempo, cuando las plantas por él sembra­das alrededor de la cabaña, crecen de manera insólita y se transforman en una valla infranqueable, Jacinto se da cuenta de que aquello había sido una trampa. Igual que las abejas de cristal de Jünger, un fragmento de la naturaleza, un trozo sano y útil, ha sido desviado por el mal supremo y encauzado hacia la muerte. Las abejas artificiales sacaban mucha miel, pero mataban a las plantas, la planta de Delibes, instrumento de muerte imaginado por don Abdón, es una guillotina o una silla eléctrica, algo que mata a los empleados demasiado curiosos e independientes. Cuando se da cuenta de que el seto ha crecido y lo ha cercado como una muralla china, ya no hay nada que hacer. Jacinto se empeña en encontrar una salida, emplea el fuego, la violencia, su inteligencia de ser humano razonador e inventivo, su lucha toma el aspecto de una desesperada epopeya, es como un naufrago encerrado en el fondo de un buque destrozado y hundido, que pasa sus últimas horas luchando inútilmente, para salvarse y volver a la superficie. Pero no hay salvación. Más que una. La permitida por don Abdón. El híbrido americano lo ha invadido todo, ha penetrado en la cabaña, sus ramas han atado a Jacinto y le impiden moverse, como si fuesen unos tentáculos que siguen creciendo e invadiendo el mundo. El prisionero empieza a comer los tallos, tiernos de la trepadora. No se mueve, pero ha dejado de sufrir. Come y duerme. Ya no se llama Jacinto, sino jacinto, con minúscula, y cuando aparecen los empleados de don Abdón y lo sacan de entre las ramas, lo liberan, lo pinchan para despertarlo, «jacintosanjosé» es un carnero de simiente.

«Los doctores le abren las piernas ahora y le tocan en sus partes, pero Jacinto no siente el menor pudor, se deja hacer y el doctor de más edad se vuelve hacia Darío Esteban, con una mueca admirativa y le dice:

-¡Caramba! Es un espléndido semental para ovejas de vientre -dice. Luego propina a Jacinto una palmada amistosa en el trasero y añade-: ¡Listo! »

Así termina la aventura del náufrago, o la parábola, como la titula Delibes. Fábula de clara moraleja, integrada en la misma línea pesimista de la literatura de Jünger y de otros escritores utópicos de nuestro siglo. En el fondo Parábola del náufrago es una utopía, igual que Las abejas de cristal, o La rebelión en la granja, de Orwell; Un mundo feliz o 1984. Encontramos la utopía entre los mayores éxitos literarios de nuestro siglo, porque nunca hemos tenido, como hoy, la necesidad de reconocer nuestra situación en un mito universal de fácil entendimiento. La utopía es una síntesis contada para niños mayores y asustados por sus propias obras, aprendices de brujo que no saben parar el proceso de la descomposición, pero quieren comprenderlo hasta en sus últimos detalles filosóficos. Con temor y con placer, aterrorizados y autoaplacándose, los hombres del siglo XX viven como jacinto, aplastados, atados a sus obras que les invaden y sujetan, los devuelven a la zoología, pero ellos saben encontrar en ello un extraño placer. El mal supremo es como el híbrido americano de Delibes, que invade la tierra, la occidentaliza y la universaliza en el mal. Quien quiere saber el porqué de la decadencia y no se limita a sumar SUMANDOS arriesga su vida, de una manera o de otra, está condenado a la animalidad del campo de concentración, a la locura contraida entre los locos de un manicomio, donde se le recluye con el fin de que la condenación tenga algo de sutileza psicológica, pero el fin es el mismo Campo o manicomio, el condenado acabará convirtiéndose en lo que le rodea, a sumergirse en el ambiente, como Jacinto. Y de esta suerte quedará eliminado. O bien no logrará encontrar trabajo y se morirá al margen de la sociedad. O bien como el capitán Ricardo, aceptará un empleo poco caballeresco y perfeccionará su rebeldía en secreto, al amparo de un gran amor anticonformista, sobre el cual podrá levantarse el mundo de mañana, conservado puro por encima del mal. El rebelde, que lleva consigo la llave de este futuro de libertad, es el que se ha curado del miedo a la muerte y encuentra en «Teresa» la posibilidad metafísica de amar, o sea, de situarse por encima de los instintos zoológicos de la masa, que son el miedo a la muerte y la confusión aniquiladora entre amor y sexo. Es así como el hombre del porvenir vuelve a las raíces de su origen metafísico.

«Desde que unas porciones de nosotros mismos como la voz o el aspecto físico pueden entrar en unos aparatos y salirse de ellos, nosotros gozamos de algunas de las ventajas de la esclavitud antigua, sin los inconvenientes de aquella», escribe Jünger en Las abejas de cristal. Todo el problema del mal supremo está encerrado en estas palabras. Somos, cada vez más, esclavos felices, desprovistos de libertad, pero cubiertos de comodidades. Basta mover los labios y los tiernos tallos de la trepadora están al alcance de nuestro hambre. Sin embargo, al final de este festín está el espectro de la oveja o del perro de Delibes. La técnica y sus amos tienden a metamorfosearnos en vidas sencillas, no individualizadas, con el fin de mejor manejarnos y de hacernos consumir en cantidades cada vez más enormes los productos de sus máquinas. Creo que nadie ha escrito hasta ahora la novela de la publicidad, pero espero que alguien lo haga un día, basado en el peligro que la misma representa para el género humano, y utilizando la nueva técnica del lenguaje revelador de todos los misterios y de las fuerzas que una palabra representa. Una novela semiológica y epistemológica a la vez, capaz de revelar la otra cara del mal supremo: la conversión del ser humano a la instrumentalidad del consumo, su naufragio y esclavitud por las palabras.

Sería, creo, esclarecedor desde muchos puntos de vista establecer lazos de comparación entre Parábola del náufrago y Rayuela, de Julio Cortázar, en la que el hombre se hunde en la nada por no haber sabido transformar su amor en algo metafísico o por haberlo hecho demasiado tarde y haber aceptado, en un París y luego en un Buenos Aires enfocados como máquinas quemadoras de desperdicios humanos, una línea de vida y convivencia instintual, doblegada por las leyes diría publicitarias de un existencialismo mal entendido, laicizado o sartrianizado, que todo lo lleva hacia la muerte. La tragedia de la vida de hoy, situada entre el deseo de rebelarse y la comodidad de dejarse caer en las trampas de don Abdón y de Zapparoni, trampas técnicas, confortables, o bien literarias, políticas y filosóficas, inconfortables pero multicolores y tentadoras, es una tragedia sin solución y la humanidad la vivirá hasta el fondo, hasta alcanzar la orilla de la destrucción definitiva, donde la espera quizá algún mito engendrador de salvaciones.

Extraído de: Centro Studi La Runa

Ernst Jünger

Posted in Autores, Ernst Jünger, Fernando Márquez "El Zurdo" by paginatransversal on 25 enero, 2010

por Fernando Márquez «El Zurdo»

«SAMPLES CORAZONESCOS 11

[En cada entrega corazonesca solíamos incluir entre dos y cuatro reseñas de libros y revistas. He elegido, del nº 2/3, esta glosa mía a la obra de Jünger, que considero fundamental para encarar estos tiempos de mierda]

«EUMESWIL» (Ernst Jünger) (Ed. Seix Barral//1980)

«Si amo la libertad sobre todas las cosas todo compromiso es parábola, símbolo.» (ERNST JÜNGER)

Jünger gusta de estudiar los insectos («la caza sutil», como él la llama). Y estudia a las gentes como si fueran insectos. ¿Esto es culpa de Jünger («glacial, distante, insolidario» -así le califican sus enemigos-) o de las gentes?

Jünger mira el mundo con ojos de águila y su mirada abarca paisajes inmensos, cósmicos. Su amplitud de perspectiva le lleva a ser más historiador que político, más filósofo que activista. Abajo, los insectos reptan en mil mundos diminutos, pendientes exclusivamente de su propia actividad ciega, carentes de toda conciencia universal, absolutizando la parcialidad, regodeándose en el atomismo y obrando armónicamente en tanto que insectos: lo terrible es cuando las gentes se vuelven insectos.

A Jünger le duele ver a sus prójimos como una marabunta más que como una comunidad de personas libres. Pero es demasiado viejo (luciferinamente viejo -esto es, demasiado sabio-) para utopizar: ha visto el rostro monstruoso de todas las utopías y cómo, al final, la última palabra la acababan teniendo los profetas malditos, incómodos, los antiutopistas (Zamiatin, Huxley, Orwell…). El no puede hablar a las masas (ello es imposible: a las masas solamente se las enardece para luego domarlas) sino a las personas, una por una, a través de páginas íntimas y serenas de diarios, de ensayos breves, de novelas metafísicas. Sin dogmatizar, sin pontificar, poniendo el dedo en la llaga con la suave ironía de un águila milenaria demasiado indómita para figurar en los blasones.

Jünger es el ciudadano alemán soñado por Lassalle para su truncada revolución nacional: aristócrata y campesino, jamás burgués. Dice las verdades para quienes quieran entenderlas: no pretende seducir, le repugna la demagogia. Prefiere el gran drama de la Naturaleza a los melodramas de la civilización (esa jaula dorada que empequeñece a los seres humanos), estudiar y reflexionar sobre el gran libro de la Historia a perder el tiempo con panfletos a la page (los panfletos sólo ganan con la pátina del tiempo y cuanto más rechazados fueron: la chispa del genio se halla precisamente en ese rechazo).

Jünger es un caballero y cree en el honor, en la moral personal, en el amor como conspiración de dos contra el mundo. Su amplísima visión le permite reconocer el profundo, inalienable valor de la Libertad. En su larga experiencia ha aprendido a desconfiar de quienes contaminan honor, moral y amor con falsas generalidades, con banderías.

Un poco de atención a la fisonomía: Jünger posee una belleza inmarchitable, natural, de animal, árbol o roca. Una belleza agreste, opuesta en lo absoluto a la artificiosidad decadente que hoy tanto se estila. Una belleza que se acerca a la consunción con duro hieratismo medieval y no con blanda putrefacción helenística. Una belleza en la que el carácter imprime su sello a la carne y no a la inversa.

Pero atención: Jünger es todo Jünger. Los neoliberales snobs que se sienten cómodos con su arquetipo último del Anarca se enteran tan poco de qué va la vaina como los totalitarios que pretenden reducir a nuestro hombre a sus primeros ensayos («El trabajador», «La movilización total»). Tal vez la posición más justa para un profano que desee iniciarse en este autor sería partir de su ensayo más equilibrado, tanto cronológica como temáticamente, «La emboscadura», y, desde ahí, atendiendo a sus rasgos biográficos, acercarse al Jünger más beligerante de los 20 y primeros 30 y al último Jünger, más escéptico y amigo de soledades. Entre medias, eslabones precisos y preciosos («Sobre los acantilados de mármol», «Abejas de cristal», «Heliópolis»…).

Al final, el Anarca ha de entenderse como la suma de toda una vida, como implicado en el contexto de un continuum, no disociado como una traición al pasado, una conversión o un pendulazo. Jünger es demasiado implacable en su coherencia para conversiones o pendulazos: recordemos que, entre las acotaciones a «El trabajador» y su «Eumeswil» no pasa demasiado margen de tiempo. El Jünger anciano dialoga con su juventud sin acritudes, sin repudios, enriqueciendo el brío inicial con el tesoro acumulado de su experiencia. Por ello, todo intento por parte de neoliberales o de totalitarios, de hormigas humanas de toda laya, de reducir a Jünger a su minúscula esfera está condenado de antemano al fracaso.

Porque con Jünger se vuela alto.

«Hoy día sólo puede vivir quien ya no crea en un happy end, quien haya renunciado a él a sabiendas. No existe un siglo feliz, pero sí existe el instante de la dicha y existe la libertad del momento.» (ERNST JÜNGER)»

Si deseáis disfrutar de otras reseñas, muy fácil: pulsad aquí

Extraído de: Piel de Lobo

Cine: «El Trabajador»

Posted in Cine, Ernst Jünger, Videoteca by paginatransversal on 27 agosto, 2009

El Trabajador (The Worker)
[Inspirado en el libro homónimo de Ernst Jünger]

Nos movemos lenta y constantemente hacia una monotonía que consume nuestros sueños y esperanzas de cambio. No importa nuestra profesión, ni nuestros valores: la rutina se apodera de nuestro cuerpo.
En este film sea en mundos de oficina o mundos de muerte, la rutina atrapa a los trabajadores que son alienados con un sistema que está por fuera de su entendimiento.
Un engranaje que los domina.

Una producción de:
Ponthos Cine
SMD Films
Universidad del cinE (FUC)

Un film de:
ELIA
SMD

http://www.eltrabajador-film.com.ar/

Nuevo título de Ernst Jünger: «Venganza tardía. Tres caminos a la escuela»

Posted in Autores, Ernst Jünger, Libros, Literatura, Publicaciones by paginatransversal on 3 julio, 2009

Venganza tardia Jünger

«Venganza tardía. Tres caminos a la escuela» de Ernst Jünger
Traducción de Enrique Ocaña
Tusquets Editores
Lengua: CASTELLANO
Encuadernación: Tapa blanda
ISBN: 9788483831144
Colección: ANDANZAS
Nº Edición:1ª
Año de edición:2009
Plaza edición: BARCELONA
120 páginas
12€

«Aunque atraviesen un hermoso parque o bordeen un prístino lago, los caminos que conducen hasta los sucesivos colegios en los que estudia Wolfram se ven empañados por las negras sombras que sobre ellos proyecta la escuela, permanente motivo de angustias. Porque, al final del camino, le esperan los temidos profesores, prestos a regañar y poner en ridículo a ese alumno tímido, casi tartamudo, torpe y soñador, que se identifica hasta la obsesión con los héroes de las novelas de Karl May y en ocasiones se muestra agresivo sin motivo. Sin duda es un niño peculiar: lejos de sus padres, que lo dejan al cuidado de los abuelos, Wolfram sufre extrañas «ausencias», ensoñaciones, desdoblamientos y desmayos que duran minutos y de los qu e intenta curarle el doctor Edelstein. Sin embargo, mientras soporta al amargado profesor Hilpert, o conversa con el doctor Edelstein y su sobrino Siegfried, que sueña con ser oficial de la caballería prusiana, en su interior va incubándose algo poderoso, que pugna por definirse y expresarse. Y que tal vez, aunque tardíamente, acabe por salir a la superficie».