Cultura Transversal

La rusa de «Golowin»

Posted in Autores, Joaquín Albaicín, Libros, Literatura, Publicaciones by paginatransversal on 18 abril, 2015

JOAQUÍN ALBAICÍN - Foto José Luis Chaín-Soria Taurina

por Joaquín Albaicín – Siempre se ha dado por sobreentendido el amor de los rusos por la poesía. Y no debe ser un tópico, pues, además de que cuando, en 1925, Esenin se suicidó su gesto fue emulado por toda Rusia, donde fueron fundados muchos Clubs de Viudas suyas, Nina Berberova recuerda que Blok pudo permitirse incluso escribir un poema de un solo verso –¡Oh, cubre sus pálidos pies!– con el que “provocaba el delirio de las multitudes”. El bardo de San Petersburgo se plantaba en los medios de la tarima, declamaba muy serio:

-¡Oh, cubre sus pálidos pies!

…Y la gente prorrumpía en sollozos. Eso es amar la lírica, desde luego, porque yo no lo cazo. Lo curioso es que, como contrapartida, en las novelas rusas o sobre rusos, la gente es cualquier cosa menos lacónica. Economizará en otras cosas, pero desde luego que no en palabras. Los personajes de novela rusa, en efecto, parlotean por los codos (por no hablar de su tendencia a la eternización de los soliloquios). Ya en el desayuno, se enredan en charlas de una insondable profundidad sobre el amor, citando a Pushkin, a Tólstoi y a Homero y untando las rebanadas de pan negro con la mermelada de sus dilemas de conciencia, la de las últimas corrientes poéticas –por supuesto- o la de la intensidad con que presienten acercarse el reinado del Anti-Cristo. El valor místico de la libertad, los prejuicios de clase, la lealtad al Zar o el debate sobre si merece o no la pena luchar por la salvaguarda de la virtud se cuentan también entre las reflexiones por causa de las cuales, en las conversaciones de ficción entre rusos, cada sorbo de té es separado del siguiente por un mínimo de quince minutos o diez páginas.

En estas novelas, para que un varón logre llevarse a la cama a una mujer, lo decisivo no es que ésta sea casada, virgen o ninguna de las dos cosas. El quid reside en el bagaje cultural. El galán ha de compartir sus gustos literarios y pictóricos, escribir poemas en los que quede claro que sufre mucho… O no sé, a lo mejor, basta con que exclame:

-¡Oh, cubre sus pálidos pies!

En fin, que no es como aquí.

Particularidades étnicas a un lado, me declaro absolutamente devoto de esa clase de novelas, pues uno de mis anhelos habría sido pertenecer a la guardia de Nicolás II y, ya que no liberar a la Gran Duquesa Anastasia, al menos haber combatido con Wrangel en la última batalla contra el Ejército Rojo antes de embarcar en Crimea rumbo al destierro, así que las novelas sobre rusos contrarrevolucionarios exiliados me chiflan, la verdad.

Algunas, además, son buenas. No tenía idea de los valores literarios de Jakob Wassermann (1873-1934) antes de publicar hace poco la editorial Navona su Golowin, el relato de la huida de una mujer de elevada posición, sus hijos y sus doncellas a través de la Santa Rusia violada por Lenin y sus diablos supurantes de odio bajo los chaquetones de cuero negro. María von Krüdener va en busca de su marido y a quien encuentra es al Tentador, un comisario rojo que trata de seducirla y encamarse con ella no metiéndole mano, sino mediante la hilazón de desgarradas cábalas filosóficas pretendidamente inspiradas por hechizos chinos, técnica que dejaría indiferente a una española, una griega o una thailandesa, e incluso diría que a una china. Pero, por supuesto, en el caso de María von Krüdener, por ser rusa aunque sea por matrimonio, semejante intento marcará su alma con una huella indeleble. Si la estampa asimismo sobre sus carnes, no es algo, entenderán, que vaya yo a desvelar al lector.

Todo esto sucede a la luz de una vela, y la verdad es que poco más necesita el escritor, cuando las musas le son propicias, para dejar patente su arte. No precisa de más recursos escenográficos, sobre todo si a su favor opera la proverbial locuacidad del talante eslavo. Y bueno, un tren, un vagón de ganado convertido en transporte de seres humanos, un hotel fronterizo y un puñado de aristócratas refugiados en él son circunstancias y circunstantes que dan siempre mucho juego.

Lo artísticamente bueno es a menudo sencillo, y quizá sea esa la razón –aparte de mis filias líneas atrás confesadas- de que esta breve novela me haya satisfecho tanto. Así que me permito señalar su existencia a todos los fans de La Condesa Alexandra de Korda o El barbero de Siberia de Mikhalkov. Está en la sección de autores extranjeros, en el anaquel correspondiente a la W de Wassermann.

¡No tiene pérdida!

Foto: José Luis Chaín

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