Cultura Transversal

Los durmientes

Posted in Autores, Joaquín Albaicín, Libros, Literatura, Publicaciones by paginatransversal on 24 junio, 2017

"JOAQUÍNpor Joaquín Albaicín – Pese a mi ya antiguo enganche al género, hasta que empezó a publicar sus tramas Antonio Manzanera y luego, esta Navidad, cayó en mis manos el Falcó de Pérez Reverte, creo haber leído muy pocas novelas de espionaje de autores españoles. De hecho, si alguien me pregunta, la primera que suele acudir a mi cabeza es Últimas noticias de nuestro mundo, de Alejandro Gándara, lanzada por Anagrama hace ya unos cuantos años. Lo que sí vengo guardando desde la adolescencia son montones de recortes de prensa sobre casos de espionaje destapados en España, cuya revisión a menudo me retrotrae a los tiempos en que se acusaba a mi vecino Ramón Mendoza –antes de que sonara como futuro presidente del Real Madrid- de trabajar para el KGB, un científico soviético se esfumaba para siempre y sin dejar rastro en Madrid, Niní Montiam daba fiestas cada semana, ardía la casa del comandante Cortina condenado por el 23-F, grupúsculos de todo tipo aspiraban a ser financiados por la embajada libia, agentes de la CIA eran pillados con las manos en la masa en el Hotel Eurobuilding o se hablaba sobre un supuesto piso seguro de la Stasi cerca del Hotel Miguel Ángel. La falla narrativa la compenso con creces, en fin, gracias a materiales de hemeroteca.

El hueco ha venido ahora a llenarlo -a la vez que, en cierta medida, me consuela un poco por la infamia de que los distribuidores de DVD hayan decidido no comercializar en España más que dos temporadas de The Americans, mi serie favorita- la novela Los durmientes, de Luis de León Barga, publicada por Fórcola y que trata un poco de lo mismo que la peripecia televisiva de los Jennings, de una red de espías rusos urdida en España por un funcionario de Exteriores franquista y agente doble y que, tras años en letargo, se teme que pueda volver a ser activada ya en nuestro tiempo.

Bueno, en realidad el tema de Los durmientes es averiguar si ese operativo existió o no y, a fin de descubrirlo, su autor elabora el molde del sarcástico y yo diría que muy lúcido personaje central de la trama abundando en las múltiples piruetas ideológicas a anotar casi siempre en el individuo impelido a dar el paso que le convierte en traidor, por lo general movido más por frustraciones que otra cosa, aunque ante su conciencia pueda disculparse esgrimiendo placebos y anestésicos de toda índole.

Lo de lúcido lo digo por aquella sentencia de Napoleón III de que: “Quien sirve al Estado, sirve a un ingrato” y porque Jaime Monasterio, que así se llama este caballero compuesto con retales sisados a -entre otros- González Ruano, Dionisio Ridruejo y Joaquín Francés, es lo bastante inteligente para percibir que, mejor que velar por los intereses de un Estado al que él no interesa, será arrimarse a la fauna de buscavidas siempre pululante en tiempos de guerra alrededor de los ambientes diplomáticos y que sigue coleando en los posteriores de reconstrucción del país vencido y devastado, mosaico humano recreado en la novela del más ameno modo. Es en verdad lo que toca, en una Europa plagada de exiliados anticomunistas del Este y una España llena de mujeres aspirantes a que el ex combatiente de fino bigote les ponga algo más que un piso.

Lo mismo en la Ciudad Eterna ocupada por los alemanes que en la República de Saló, última y desesperada aventura de Mussolini, en la posguerra del Plan Marshall donde juega a las cartas Faruk o en los pasillos vaticanos de la Ostpolitik, se trata de dejarse de tiquismiquis y conjugar la agenda política propia y del país con el beneficio económico personal y las oportunidades de acople erótico propiciadas por el racionamiento, la carestía de bienes, los maridos en el frente o en la cárcel y, sobre todo, por la sensación presente en los augurios de cada alma de ser presa de un futuro tan incierto como abierto, inquietante picazón que se hace sentir en todas las cenas de gala, las huidas de noche y por carretera, las operaciones de estraperlo, los orgasmos, las borracheras y los trapicheos para la obtención de pasaportes.

Los durmientes –conversión en novela de distintas historias reales escuchadas por Luis de León Barga durante su vida en Roma y pasadas con literaria habilidad por la batidora- es también una mirada desapasionada sobre la Transición y el papel oculto que en ella jugaron tanto el Vaticano como las señoras en top-less. Y su final me ha traído vagos ecos del que remata una novela de Juan José Millás en la que, para su sorpresa, un infiltrado en la Iglesia termina dirigiendo una sección –o algo así- de la agencia de inteligencia de la que todo el entramado vaticano no sería, en realidad, sino una monumental e inconsciente tapadera. Lo dicho: en política, lo mejor, lo lógico, lo normal y lo propio de caballeros es traicionar. Todo lo demás, aparte de un aburrimiento, constituye una morrocotuda pérdida de tiempo.

Foto: José Luis Chaín

 

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