Cultura Transversal

Algunas notas sobre el amor cortés

Posted in Autores, Esaúl R. Álvarez, Historia, Sabiduría Universal by paginatransversal on 10 septiembre, 2015

AMOR CORTES CODEX MANESSE S XIVpor Esaúl R. Álvarez(Inspiradas en el libro El amor cortés o la pareja infernal de Jean Markale y yendo un poco más allá)

I

El amor cortés tuvo lugar entre los siglos XI y XIII y mayoritariamente entre las clases nobles y acomodadas. No fue un fenómeno de masas sino, más bien, de élites. No deja de sorprender que el triunfo del amor cortés coincida tan exactamente con la época de mayor esplendor de los cultos marianos, lo que podríamos denoiminar un triunfo de la Virgen. Es evidente la relación entre ambos fenómenos. Notre-Dame, nuestra Dama o nuestra Señora, es también la dama del amor cortés que es su prefiguración, su materialización en la vida del caballero. Nuestra dama universal se convierte para el caballero en mi dama.

Dama – del latín domina, femenino de dominus; dueña, señora.

Se produce en el ideal del amor cortés una unión del amor con la acción guerrera (con todo lo que implica el ideal de la caballería). El amor pasa a ser el motivo que permite la hazaña, la proeza, la superación de uno mismo.

El caballero nunca puede ser el marido (sería entonces el igual de su esposa). El caballero debe estar mas abajo que la amada en la escala social y espiritual, por eso el caballero no tiene dominios ni fortuna personal, tan solo voluntad, por ello presta sus servicios. Pero el caballero sí ha de poseer una potencialidad, una capacidad de ser, una casta guerrera. Y gracias a la mujer que a la que va a honrar con sus gestas y a la que servirá hasta el limite extremo de sus posibilidades pondrá en marcha esa potencialidad, llevará a cabo proezas que le harán ser amado por la mujer adorada y podrá recibir la recompensa que se merece. Al hacerlo él mismo superará distintos estadios de evolución: una rigurosa iniciación caballeresca que le llevará a un rango espiritual superior, al que no habría tenido acceso sin la motivación, provocada exclusivamente por la mujer, su dama.

La dama por su parte nada sería sin aquel al que elige entre los pretendientes, aquel con el que va a iniciar un verdadero ritual de posesión, un ceremonial que llevará al hombre a transgredir los interdictos sociales, morales e incluso sexuales, para llegar a un estado de exaltación gracias al cual todo es posible. El objetivo reconocido de la dama es ser valedora de su amante, exigirle todo para hacerle mejor, lograr que recorra las etapas necesarias para su desarrollo espiritual y eso al precio des las más duras obligaciones, pruebas penosas e injusticias escandalosas en muchos casos. Se somete al amante a vicisitudes intolerables en algunas ocasiones pues afectan a su honor. Con ello no se mide el grado de obediencia sino la fuerza, el coraje, la virtud (del latín virtus, fuerza), la capacidad de enfrentarse con el mejor de los ánimos a los contratiempos, a las derrotas, a los sinsabores y a pesar de todo soportar la situación.

La noción del individuo desaparece en este juego amoroso para dejar paso a la noción de pareja: el caballero amante no puede existir por sí solo (necesita una dama objeto de su amor), ni tampoco la dama encuentra mucho sentido a su existencia en su orgullosa soledad. Era un honor y un privilegio ser pretendida y para ello había también que hacerse valer, cultivarse como dama culta. De este modo, entre las damas de la nobleza era casi obligatorio conseguir algún caballero pretendiente, lo contrario representaba un fracaso… ¿Es esta pareja infernal paso obligado del ser que busca su plenitud? ¿Es esta pareja el perfecto hermafrodita, el rebis alquímico de las dos caras?

Socialmente el amor cortés fue también en ocasiones un modo arriesgado de vincular la fidelidad de un paladín a su señor a través de la esposa de éste. En la leyenda artúrica Arturo pide a Ginebra que retenga a Lancelot en la corte como sea. ¿Cuál es entonces el límite?

El mismo vasallo será, si es aceptado por la dama, el adicto a la dama en virtud de un juramento de amor equivalente en todo al juramento de vasallaje a su señor. Se tejía así una sutil red de interdependencias entre individuos en un sistema de vínculos espirituales y relaciones de fidelidad muy estrechas, como era en el orden feudal.

El amor aparece como un estado trascendental del ser que solo puede alcanzarse siguiendo cuidadosamente las etapas de una iniciación social, moral y psicológica al mismo tiempo. El amor cortés es una dura y larga prueba durante la cual, sean cuales sean los sufrimientos soportados, el amante desea con todo su ser llegar a la perfección encarnada en este mundo por su dama y llegar a tal perfección sólo en honor a ella. Debe hacerse valedor, merecedor de su dama. Y en último término es solo a ella a quien debe cuentas en este sentido.

La pareja del amor cortés es infernal en la medida en que es inmoral, pues está al margen de las leyes establecidas socialmente, es subversiva; y también es inmoral en la medida en que aporta turbación y sufrimiento sin límite a alguien, el caballero, que se entrega voluntariamente y en plena conciencia a la mujer/dama que ha elegido.

II Preceptos del amor cortés

(tomados de Jean Markale, El amor cortés o la pareja infernal. Olañeta, 2006)

1. Huye de la avaricia y sé generoso (tanto para tu dama como para la comunidad).
2. Evita siempre la mentira.
3. No seas malediciente, evita a los calumniadores.
4. No divulgues secretos, sé discreto y furtivo.
5. No tomes varios confidentes (solo uno).
6. Mantente puro para tu amante.
7. (¿Perdido?)
8. (¿Perdido?)
9. Permanece atento al mandamiento de las damas.
10. Sé digno de pertenecer a la caballería del amor.
11. Muéstrate en cualquier circunstancia educado y cortés.
12. No sobrepases el deseo de tu amante.
13. Observa siempre cierto pudor.

III Triángulo del amor cortés

Adán – Lilith – Sammael

Adán – Eva – Serpiente

Es el triángulo del amor cortés. Adán es el esposo, pero la esposa Lilith lo abandona y se va con el ángel rebelde. Eva de algún modo, al caer en la tentación, también le es infiel. Es una figura arquetípica repetida infinitamente en la mitología y que subvierte o rompe el orden establecido, el orden moral-social.

Profundizando en el episodio el diálogo entre Eva y la serpiente es un diálogo idéntico a aquel que mantuvo Jesús en el desierto con Satanás durante sus tentaciones. Se trata de un diálogo puramente interno pues la voz del enemigo no es sino una parte de sí mismo, de su persona, de su interior. Eva no es más que la imagen elaborada, socializada, civilizada de la antigua Lilith. Es un regreso de Lilith bajo otra apariencia, donde se impone el super-yo freudiano. A partir de ahí Eva pasa a ser doble, pues la Lilith expulsada y ocultada, no está en otra parte que dentro de ella, en su oscuro subconsciente. La mujer es mitológicamente un ser doble: divina y diabólica, madre y amante a la vez.

IV

El amor cortés y la Virgen María

Según Markale la palabra virgen está en relación etimológica (de las palabras celtas werg, encerrar, wraka, de ahí bruja) con las ideas de fuerza, acción y encierro o enclaustración. La virgen es así la mujer “cerrada” o “encerrada en sí misma”, con el sentido claramente alegórico que ello supone. La palabra virgen parece estar incluso relacionada con la idea de energía. Es evidente el parecido con la potencialidad, la materia o la substancia (y por tanto con la shakti). De hecho el latín virgo no deja de estar con vir – fuerza, hombre.

Diana es siempre casta, rechaza a los hombres pero los pone a su servicio, los esclaviza. Hay una cierta relación con la virgen también.

Dios – María

Caballero – Dama

(Lanzarote – Ginebra)

(Robin – Marian)

El caso ideal en la literatura/mitología es una pareja adúltera y por tanto subversiva del orden social. Por ello es necesario el furtivismo, porque el amor se da sólo en peligro, en situaciones de riesgo o gran dificultad: imposibilidad social, dificultades materiales, etc…

Pero el furtivismo del amor se asocia con otro carácter típico medieval: el esoterismo. El furtivismo, la discreción, el ocultamiento del amor y del objeto amado, la promesa de silencio, todo ellos nos recuerdan los ritos mistéricos e iniciáticos. La iniciación solo era posible lo oculto, lejos de la luz, apartada de lo visible, lejos de lo que se muestra a la sociedad. Es así el amor un rito esotérico en toda regla pues la confidencialidad de la pareja nadie la rompe, todo sucede en lo íntimo, en el interior, en lo secreto. Las confidencias amorosas no salen de lo íntimo como los secretos del esoterismo no pueden hacerse públicos y quedar al alcance de los profanos. En ambos círculos se promete discreción y guardar silencio en presencia de profanos. Vemos la interesante relación entre el amor cortes y los rituales iniciáticos de la caballería medieval, asociado todo ello al cristianismo esotérico, heterodoxo que abundaba en la época. El amor era sin duda una senda espiritual, de entre otras posibles.

La mujer por otro lado pasa a ser ayuda y además motivo de la acción heroica y guerrera, impulsora de la noble acción, acción dirigida al perfeccionamiento: vemos un reflejo del karma yoga hindú, el yoga de la acción justa y liberadora. La mujer es el impulso divino (shakti) que mueve a esa acción heroica cuyo fin es la superación de la condición humana y material.

Asimismo el encuentro definitivo entre dama y caballero sólo puede producirse tras la búsqueda iniciática. De ahí la necesidad de separaciones, desgarros y sufrimientos. Todo ello pasos purificadores dirigidos a la perfección.

La diosa es la Gran Madre, madre de todo lo existente. Es por ello desde un plano superior la puerta del mundo, por la que todos llegamos al mundo. Pero es también desde el punto de vista contrario la “puerta del cielo” (Ianua Coeli, como reza la letanía), lo cual equivale a la muerte, la devoradora de mundos, la diosa Kali – la pareja de Shiva –, que es como una imagen invertida de la virgen y a la que sin embargo se debe adorar/amar igual: es la Virgen apocalíptica. Es la puerta por la que salimos del mundo, por la que regresamos a lo inmanifestado, al origen incondicionado. Si por un lado nos expulsa –dándonos la forma y la existencia– por el otro nos devora.

Así el amante es la víctimasacrificial pues su objetivo último en tanto que caballero y héroe iniciático es renunciar al ego y, librándose de él, perder su lado condicionado, social y mundanal. Es decir, olvidar todo lo que el mundo y la sociedad le han enseñado, por ello su carácter subversivo y revolucionario, que no se atiene a normas preestablecidas: un detalle muy visible en el mito de Tristán e Isolda.

Este simbolismo aparece en la misma iglesia (en particular en su forma románica). En el exterior de las iglesias románicas abundan los monstruos devoradores, las fauces que engullen figuras humanas o las trituran entre sus dientes. Si el interior de la iglesia es como una caverna, también es el interior del monstruo mítico: el interior de la ballena de Jonás, el intestino del monstruo donde la personalidad del héroe se deshace de sus partes viles y de donde la esencia (el verdadero sí-mismo) resurge transformada y purificada. Sobra señalar aquí la semejanza entre el laberinto y el intestino. Al triturarse la personalidad humana (el lado social y consciente del individuo) lo que se pierde es también inevitablemente el nivel mental de la consciencia habitual. (Remitimos aquí a todo lo que ya dijimos sobre la relación entre el laberinto y el psiquismo inferior). El resto de la aventura heroica se efectuará en otro estado mental, la ‘pura tiniebla’, un estado de atención y concentración especial de los sentidos que no reside simbólicamente en el cerebro sino en el corazón.

La Virgen y la Shakti.

Por su parte María es madre de dios, ya que dios tomó forma humana en su interior; exactamente como la presencia divina acampa y toma forma entre nosotros en el interior del tabernáculo, el templo o santuario. María es el templo de dios por antonomasia, el lugar donde se manifiesta la Shekinah. El espíritu es aquello cuya presencia anima el templo, el espíritu –Purusha hindú– anima la materia/substancia –Prakriti hindú– que sin él sería inerte .

Las catedrales góticas además que estar dedicadas a la virgen intentan ser simbólicamente la virgen misma, la representan en tanto que lugar donde toma forma y se hace presente el espíritu: Emmanuel -dios entre nosotros-. Tal y como el Espíritu Santo tomó forma en el interior de la virgen. María es ella misma el templo de dios que no es otro que la catedral gótica: el espacio donde baja el espíritu para presentarse bajo la forma e imagen de Cristo, ante y entre nosotros. La catedral supone esa puerta de entrada-al-mundo y a la vez salida-del-mundo.

En el diagrama cabalístico del árbol sefirótico esa puerta entre la inmanifestación y la manifestación es Binah, la Sabiduría. Y Binah ha sido llamada en cábala Mara, la Gran Madre. Y no es coincidencia que la virgen sea Santa Sophia, la sophis de los gnósticos, el conocimiento que proviene de la revelación divina. La santa Sabiduría de la Escritura que existe desde el principio mismo del mundo –cual el Verbo-. La catedral no debe contener la sabiduría sino ser –encarnar- la sabiduría divina: debe ser su misma manifestación en la tierra. La catedral debe ser ella misma esa sabiduría corporeizada, materializada, hecha piedras. La catedral debe ser el libro que contenga y transmita esa sabiduría divina. Es así como se dice que la catedral es un libro –mejor dicho dos: uno abierto a todos y otro cerrado a la mayoría, solo abierto a los elegidos [*] –: no porque contenga múltiples historias sino porque su misión última es transmitir y conservar un conocimiento sagrado, la misma misión de un libro sagrado. Sabemos además que el grial tomó algunas veces en la leyenda la forma de un libro escrito en caracteres extraños, sólo comprensibles para unos pocos -los iniciados-, es decir un libro esotérico por tanto. Y sabemos que una de las etimologías de grial lo emparenta con gradale, graduale, o sea libro. Sabemos asimismo que la figura de Cristo en majestad –pantocrátor – acostumbra a portar un libro abierto: el evangelio. En él está escrito todo lo que ha sucedido y lo que ha de suceder, del principio al fin de los tiempos, desde la alfa hasta la omega. La catedral es ese libro, la catedral es el grial, quien lo entiende no encuentra diferencia entre la catedral de piedra y su catedral (templo donde se encarna el espíritu) interior.

En una última y arriesgada analogía la materia se representa sobre el plano por el cuadrado o, en la tridimensionalidad, por el cubo. Pues bien, las catedrales con su planta de cruz latina no dejan de ser la extensión sobre el plano del cubo geométrico. El primer chakra (muladhara chakra) es, y no por casualidad, también representado por el cuadrado: es la figura más fija, menos móvil, menos dinámica, la más estable de todas las figuras geométricas y por ello representa una energía análoga. Pues bien, no podemos dejar de advertir que la planta de la catedral no es sino la apertura del cubo, el cubo in extenso, abierto a los cielos –y a su influencia celeste y espiritual–. El cubo deja de estar encerrado en sí mismo, se abre: kundalini, la energía básica, primordial es despertada y sale de su letargo para empezar su camino de perfeccionamiento y ascenso a los cielos. La propia catedral es así el muladhara chakra que contiene dentro la energía sháktica de la serpiente.

La dama del caballero prefigura esta energía sháktica: no es más que la forma exterior de la Kundalini interior que el caballero busca despertar/reanimar. Y los trabajos y proezas ejecutados por su dama no son sino el régimen de ascesis guerrera y sexual necesario para despertar la energía dormida en su interior. La dama es la prefiguración de la shakti del caballero y por tanto una forma exterior, más material y aprehensible, de la cristiana figura de la Virgen María.

Conclusiones

I

Del ‘amor cortés’ a la sexualidad moderna.

Para poner fin a estas reflexiones sobre el fenómeno del ‘amor cortés’ que venimos compartiendo con los lectores quisiéramos analizar la profunda incidencia que el fenómeno medieval del ‘amor cortés’ tuvo en la formación de la identidad cultural de occidente. Pero antes de ello creemos necesario hacer unas breves matizaciones acerca del lugar en que la postmodernidad ha desterrado el amor.

En primer lugar resulta llamativo que la psicología moderna, o mejor dicho, las psicologías modernas, hayan despreciado sistemáticamente el fenómeno amoroso, abandonándolo a la literatura y el cine, como algo digno de poco valor. Un hecho de por sí sorprendente, pues el amor, si es que es algo, es una realidad plenamente psíquica, esto es del alma, y como tal pertenece de manera natural al ámbito de estudio de una disciplina que se autodenomina ‘psicología‘ -ciencia del alma-. Tal olvido dice mucho en realidad de los intereses que mueven esta ‘disciplina de conocimiento’ usurpadora y con pretensiones de ciencia empírica.

Pero al margen de este significativo olvido de más de un siglo, en las últimas décadas se ha dado un paso más allá, pasando a un ataque directo contra otro de los símbolos de la identidad occidental. Un ataque abanderado principalmente por el feminismo radical, desde el que se acusa al fenómeno amoroso de ser una ‘estructura de dominación’ del omnipresente patriarcado. Ya hemos comentado anteriormente cómo el feminismo moderno -un proyecto que promueve y celebra la extrema ‘atomización’ de la sociedad [1] – destaca ante todo por ir contra los fundamentos de la sociedad en general y contra toda relación de horizontalidad propia de la convivencia muy en particular -la problematización de la convivencia o la criminalización de los sexos forma parte de esta estrategia-, por ello no es de extrañar este odio desde el intelectualismo más progresista y nihilista contra un fenómeno puramente relacional y transformador como éste, ya que si existe una relación horizontal entre dos personas que trascienda toda otra categoría -riqueza, familia, sexo, personalidad, etc.- e incluso que vaya contra los dogmas de la ideología del ‘hombre-mercado’, según la cual todas las relaciones humanas deben estar supeditadas a la utilidad y la rentabilidad, esta relación es precisamente la que se basa en el amor.

Y lo mismo puede decirse no solo del modelo de relación entre hombre y mujer, que ha sido normativo en la cultura europea, sino de cualquiera de los otros ideales que han existido en la historia basados en el amor, como la caridad cristiana o el agapé platónico.

La postmodernidad cumple a la perfección su función propagandística al desacreditar los modelos relacionales del pasado y tratar a la vez de normalizar y justificar moralmente el modelo de hombre insolidario, solitario, cobarde y egoísta, que por lo demás ya ha sido impuesto más o menos por todas partes como una realidad inapelable, propiciado por el modelo capitalista actual.

*

* *

Para acabar estas reflexiones acerca del papel a que ha quedado desterrado el amor por la postmodernidad no debe pasarse por alto que estos virulentos ataques contra el fenómeno amoroso hayan tenido lugar en paralelo a la llamada ‘revolución sexual’. El término ‘revolución sexual’, pese a lo ridículo del mismo, posee un contenido de verdad mayor de lo que parece a primera vista pues lo que implica el término ‘revolución’ es precisamente aquello de lo que se trata: dar la vuelta o invertir el orden normal de las cosas. La relación entre el fin de uno y el auge de la otra es tan evidente que no requiere mayor comentario: se trata de un proceso de clara inversión anti-tradicional que sirve como herramienta de demolición social por medio de favorecer un individualismo extremo e insolidario que impida todo vínculo estrecho y profundo entre personas.

No se trata de ninguna casualidad, por tanto, que en el mundo capitalizado y deshumanizado de hoy cuanta más relevancia mediática y visibilidad adquiere el sexo -tema verdaderamente central para el ‘pensamiento débil’ de la postmodernidad-, más profundamente quede enterrado el amor.

Para librar presuntamente al sexo del tabú secular que le había sido impuesto por la misma modernidad patriarcal, la postmodernidad -profeta de todas aquellas libertades que aniquilan al sujeto y le roban ante todo su independencia en el ámbito del pensamiento, adoctrinándole y tutelándole como a un ser incapaz de pensar por sí mismo- hiciera recaer ese mismo tabú, pero redoblado, sobre el amor. Ya se puede hablar libremente de sexo, más se prohíbe hablar de amor -sutilmente eso sí, por medio ante todo del descrédito-. En plena era de las libertades, pero donde la dictadura de la moda y de lo conveniente establece un orden ultra-victoriano sobre el pensamiento y las emociones de los sujetos, el amor es el nuevo tabú de la modernidad.

Ya hemos dicho en ocasiones que la diferencia entre las viejas dictaduras y la actual es que las antiguas se dirigían a reprimir y castigar la acción del sujeto mientras la dictadura de la postmodernidad se dirige ante todo a reprimir y castigar los pensamientos y emociones de la persona, es decir es una dictadura interior, invisible, que socava la personalidad misma. Una imposición tal no requiere de censura exterior, pues el sujeto la ha asumido interiormente. Es por tanto una dictadura invisibilizada bajo la demagogia de la ‘libertad’ y el ‘derecho a decidir’.

Y no es de extrañar que sea así, pues siendo el amor una realidad que concierne antes que nada al alma, y siendo el alma negada y perseguida por la postmodernidad el fenómeno amoroso no tiene cabida en el deshumanizador paradigma actual [2].

En todo caso, sorprende que gracias a esta dictadura de lo políticamente correcto, la libertad y lo progre, en occidente no se pueda hablar ya del amor como un hecho real, de dimensión social e individual, sino acaso como una ilusión, un espejismo emocional o sentimental sin importancia para la vida de las personas; no digamos ya abordar su estudio con seriedad desde el ámbito académico, lo que sería otorgarle una legitimidad que para el discurso hegemónico no debe de ninguna manera tener. Estamos por tanto ante un capítulo más de esa ‘Guerra de palabras’ (ver aquí) dirigido a que esta realidad transformadora del sujeto y liberadora de las cadenas del ego, que ha existido durante siglos, desaparezca definitivamente en el menor tiempo posible.

Si nos remontamos al modelo del amor romántico que, establecido ante todo en el renacimiento, sobrevivió como ideal amoroso hasta fechas muy recientes en la cultura y el arte europeos, tal modelo procede enteramente del ideal cortés medieval. Este modelo del amor como potente vínculo ‘entre iguales’ que acerca a dos personas separándoles del resto, estuvo muy presente en la literatura y la música del renacimiento y el barroco pero curiosamente con el avance y la imposición del paradigma moderno aparecieron nuevos modelos que básicamente constituían diferentes perversiones del original, sobre todo en su fase final en la era ilustrada.

Temas como el ‘amor galante’, o el ‘donjuanismo’ personificado en las figuras legendarias de Don Juan y Casanova, quizá su perversión más radical, donde el varón aparece como seductor y es el dominador exclusivo de la relación. Esta evidente diferencia entre el ideal renacentista de ‘amor entre iguales’ y el ideal ilustrado -profundamente machista- de dominación del varón sobre la mujer, establece una vez más una profunda brecha entre la concepción de igualdad del mundo tradicional medieval y el desviado mundo moderno. Y todo ello viene a llamar la atención sobre el hecho de que la Ilustración -celebrada como raíz y fundamento del occidente actual- sea uno de los periodos sobre el que menos análisis crítico se hayan efectuado por parte de la modernidad y la postmodernidad.

*

* *

Por otra parte, al abordar el amor como fenómeno particular de occidente, estamos ante uno de los pocos casos en que la elaboración del referente moderno, durante más de dos siglos, no pudo destruir el ideal medieval, al menos no en su totalidad, lo cual hay que poner en relación con el hecho de que casi todas las demás concepciones ideológicas modernas -el igualitarismo, el individualismo, la libertad y el liberalismo…- son construcciones elaboradas en oposición a los ideales tradicionales y medievales de jerarquía, comunidad, lealtad, fidelidad, sangre, etc… Es éste quizá uno de los pocos aspectos en los que la modernidad ha supuesto un cierto continuismo con la tradición medieval y no una ruptura absoluta y una inversión.

Siendo esto así, resulta entonces comprensible que una de las últimas batallas de la postmodernidad por demoler los fundamentos de la sociedad y convertirla en la tabula rasa inclinada a los pies del mercado que sueña, recaiga justamente sobre el amor, como hecho social; al igual que recae con toda su retórica belicosa sobre otras concepciones o instituciones supervivientes del pasado y que han sido herramientas útiles de construcción social, como la familia.

II

Hechas las anteriores aclaraciones acerca del papel a que ha sido postergado el amor en la sociedad actual, hay que destacar que en aquellas sociedades donde la comunidad posee mucha fuerza -convivencial y cohesionadora- el amor de pareja o conyugal ha tenido un desarrollo social mucho menor históricamente que en occidente.

Esto puede ser debido a diferentes factores, pero en general parece confirmar nuestra hipótesis, ya planteada en otro lugar, de que el desarrollo del amor conyugal o de pareja -no solo como hecho vivido individualmente sino en tanto que fenómeno articulador de la sociedad- responde a un grado de deterioro social bastante avanzado en que los lazos comunitarios pierden fuerza y el individualismo aumenta, por lo que el amor puede funcionar como marco cohesionador y protector, de identidad y de referencia, cuando las otras referencias de la sociedad amenazan desaparecer. Los sujetos que sufren la descomposición de su sociedad, al verse cada vez más carentes del entorno integrador proporcionado por su comunidad, buscan la seguridad de manera radical en un vínculo afectivo único y poderoso, vivido como providencial, apoyados en el cual son capaces de ‘enfrentarse’ al mundo.

En efecto, en el ideal del ‘amor cortés’ encontramos cómo el amor por la dama se convierte en la excusa perfecta para que el caballero se enfrente a gestas impensables y se supere a sí mismo, como si el amor le dotara de un valor y una audacia excepcionales. Así es presentado en toda la literatura caballeresca medieval.

Semejante centralidad del hecho amoroso en la sociedad medieval así como el fenómeno de su expansión más allá del ámbito privado hasta ocupar y alterar toda la vida social y su significado no tiene equivalente en ninguna otra parte y supone de hecho una cierta alteración de la ‘normalidad social’. No encontramos en la antigüedad clásica nada semejante a lo que el amor significó en la sociedad medieval, nada que lo acerque a su cualidad cuasi sagrada de devoción del caballero a su dama, ni tampoco nada de su carácter social un tanto revolucionario y subversivo.

Si atendemos a la estructura interna podemos aventurar las siguientes conclusiones acerca del significado y el valor que le era otorgado al ‘amor cortés’. En primer lugar el ideal cortés se movía entre dos límites claramente establecidos:

• Por un lado el hecho de ser vivido el amor como una relación de fidelidad y confianza, que era un perfecto reflejo de la fidelidad que suponía el vasallaje feudal en el ámbito público. Una relación de fidelidad por la cual el caballero quedaba ligado de forma indeleble a su dama. En ocasiones también la dama al caballero, pero esto al parecer no sucedía siempre, de modo que debía estar sujeto a una norma electiva [3].

Encontramos innumerables -y bellísimos- ejemplos de cómo la fidelidad era considerada la categoría central del compromiso amoroso en la poesía trovadoresca medieval. Esta ligazón entre caballero y dama constituía verdaderamente un vínculo sutil e inmaterial pero muy real que dotaba al amor de un valor ciertamente sobrenatural, tal y como era sentido por sus protagonistas. Este hecho, la creación de un nexo sutil -inmaterial y por ello mismo superior- y eterno con el otro, nexo que era imaginado como un vínculo casi espiritual que se extendía más allá de la muerte de los amantes, situaba el amor en una realidad superior a todas las otras, en un orden de realidad radicalmente diferente de la realidad cotidiana, casi del orden de las realidades sagradas. Así, el amor de un caballero por su dama era un hecho metafísico que solo podía poseer para los amantes un sentido espiritual y divino, de religazón con lo Superior. Lo cual nos conduce inevitablemente a la segunda característica intrínseca al fenómeno del amor cortés:

•El hecho de que tal relación amorosa era situada por encima de todo compromiso o escala social. Esta cualidad, consecuencia de la anterior -la naturaleza sobrenatural adjudicada al amor- es la que marca el carácter netamente subversivo y cuasi revolucionario, potencialmente peligroso para la marcha normal de la sociedad, del ‘amor cortés’.

La suma de ambos factores suponía que la relación amorosa constituía un absoluto para los amantes, se debía fidelidad antes al amante que a cualquier otra instancia de la sociedad -incluida la familia- por lo cual todo sacrificio que la relación amorosa implicara -incluso la eventual muerte por esa relación-, no era -no podía serlo- visto como una carga, sino como un hecho connatural a la misma naturaleza del hecho amoroso, que ya hemos dicho era considerado de naturaleza cuasi sagrada.

*

* *

Pero el presente análisis estaría incompleto si no atendemos igualmente a un punto de vista diferente al que ya hemos hecho alusión: el hecho de que socialmente tal relación hombre-mujer -a menudo polémica e inconformista con el orden social en que se daba- fuera como poco consentida socialmente y frecuentemente celebrada, cantada y puesta en valor por artistas de toda índole y sobre todo poetas, lo cual no deja de resultar sorprendente.

Hay que señalar a este respecto que semejante ideal de relación amorosa se legitimó ante todo en y por el arte, donde alcanzó una relevancia inaudita que sobrevivió en varios siglos al mundo medieval que lo vio nacer y donde su importancia como tema central del arte europeo puede rastrearse en toda la modernidad al menos hasta el romanticismo. Algo bastante inédito en la historia del arte y la creación humanas, por más que al hombre moderno le parezca algo natural.

Atendiendo a este carácter subversivo y revolucionario que presentaba sobre todo en su origen, resulta cuanto menos chocante que una determinada sociedad promoviese un modelo de relación que claramente ponía en peligro el statu quo y la cohesión comunitaria -siquiera psicológicamente- al situar a los amantes fuera de la esfera social y al ser amado por encima en importancia de todo vínculo familiar o comunitario.

Por otra parte, cuando nos referimos al carácter profundamente controvertido que supuso el ideal amoroso cortés debe repararse por ejemplo que algunas fases de la relación amorosa como el cortejo dejaron de ser exclusivamente privadas y pasaron a ser aceptadas públicamente, lo cual debió ser motivo de escándalo y tuvo por efecto cambiar para siempre las costumbres de la sociedad occidental al respecto. Es evidente que en lo que se refiere a muchas conductas de afecto la sociedad occidental ha sido históricamente mucho más permisiva que otras [4].

Otro fenómeno indudablemente controvertido del amor medieval que cabe citar es el poco conocido tema del ‘rapto’. Este fenómeno, por llamarlo de alguna manera, se sabe que debía contar con el consentimiento por parte de la dama -sin el cual el ‘rapto’ carecía de valor jurídico y pasaba a ser un secuestro constitutivo de delito- y que era frecuentemente aceptado y aprobado por la autoridad eclesiástica, lo cual no deja de sorprender. Dado que es fácilmente imaginable que en más de una ocasión los ‘raptos’ se cometieran para evitar un enlace pactado por la familia o simplemente para normalizar socialmente la situación de los amantes, resulta llamativo que la sociedad no lo persiguiera sino que incluso lo elevara a derecho.

*

* *

Por último hemos de referirnos a su aspecto inversor, el hecho de que el hombre se sitúe consciente y voluntariamente por debajo de su dama en derechos y deberes, lo que nos recuerda una vez más la idea de ‘pareja infernal’. Este hecho supone a todas luces una ‘inversión del orden normal’, pero tal inversión de la relación ‘normal’ es difícil de explicar. Sin duda tuvo que causar escándalo en muchos sectores de la sociedad -aun aceptando que aquella sociedad no era tan conservadora, machista ni puritana como se nos ha querido hacer creer- y por ello es todavía más sorprendente la aprobación social que muy pronto gozó el amor cortés no solo como nuevo modo de relación entre los sexos sino incluso como modo de ser y de presentarse en sociedad, pues muchos caballeros hacían público el nombre de su dama.

En cierto sentido tal inversión de las relaciones hombre-mujer consideradas ‘normales’ podría resultar inseparable del carácter y la idiosincrasia de los ‘pueblos del norte’ y se hace difícil pensar que pudiera originarse fuera de los mismos. Esta hipótesis de una influencia de los modos de relación hombre-mujer propios del norte en el ideal del amor cortés y caballeresco parece encajar con la idea general de la mayor libertad, valoración e igualdad de que disfrutaban las mujeres en el modelo social nórdico y germánico frente a las sociedades mediterráneas, generalmente consideradas como mucho más desiguales. Dicha hipótesis también es acorde con el hecho de que el ‘amor cortés’ aparece precisamente cuando mayor es la influencia de los pueblos del norte en el arte y la literatura europeos, en plena época de síntesis entre las dos tradiciones, así por ejemplo cabe citar el desarrollo de los mitos griálicos y artúricos, contemporáneos del fenómeno que venimos analizando.

Y quizá tampoco sea erróneo poner en relación el mito del amor caballeresco medieval con los mitos griálicos, que, como acabamos de decir, eran contemporáneos. Sin duda guardan relación entre sí, no solo por su coincidencia en el tiempo y en el espacio, sino que incluso sería posible vincularlos si se interpreta el ideal amoroso en un sentido esotérico, que sin duda era atribuido en la época: la dama medieval podría prefigurar la Shakti del tantrismo hindú y la ‘Bella Durmiente’ de los cuentos populares europeos, personaje este último cuyo sentido esotérico es manifiesto. Se sabe de ciertas escuelas tántricas, contemporáneas al fenómeno europeo del ‘amor cortés’, donde se dotó de una cierta sacralidad a la relación caballero-dama, y donde además se desarrollaron complejos rituales que giraban en torno a esta cuestión.

En tal caso, cabría la posibilidad de que tal inversión de las jerarquías -masculino vs. femenino y pareja vs. sociedad-, no fuera en sí algo tan anti-tradicional como a simple vista parece -aunque la feminización moderna de la sociedad ha sido entendida en este sentido por diversos autores, p.e. Evola-, sino un modo un tanto subversivo de disponer una vía, quizá en algo paralela a la del tantrismo pero en todo caso perdida.

*

* *

En todo caso y volviendo al aspecto más social, no deja de ser cierto que la idea del ‘amor cortés’ implicaba en sí una rebelión contra el orden. Que el ideal del amor medieval era vivido como una transgresión de las normas familiares y comunitarias -y a veces incluso religiosas- es algo evidente que se aprecia perfectamente cuando dirigimos la mirada a la literatura amorosa occidental -no solo medieval-. Si, en sentido psicológico, el amor siempre supone un inconformismo, una forma de protesta ante la realidad, en sentido político el ‘amor cortés’ suponía un acto verdaderamente revolucionario por su cuestionamiento explícito al orden establecido. Por ello resulta todavía más sorprendente que tales actitudes no fueran socialmente condenadas y perseguidas sino, por el contrario, consentidas e incluso jaleadas y promovidas por poetas y artistas.

Estas últimas características que hemos señalado del ideal amoroso occidental no resultan para nada fáciles de interpretar ni de comprender. En el hecho de tener un cierto carácter revolucionario así como en la inversión que suponen de los roles tradicionales podrían ser entendidas como un paso más hacia la desintegración del orden social tradicional. El hecho de sustituir la comunidad o la familia en tanto redes afectivas amplias por una relación inter pares -lo que constituye una relación reducida a la mínima expresión viable-, puede ser interpretado en el mismo sentido: como una separación explícita y voluntaria del orden tradicional comunitario y como un paso más hacia el individualismo moderno, egoísta, atomizador y disgregador. Sin duda la sociedad ha articulado de muy diversos modos esta dialéctica entre pareja y comunidad pero el hecho de que la pareja, -al menos idealmente si no en la práctica- simbolizara la relación humana ideal y arquetípica por encima del compromiso con la comunidad de iguales o la obediencia a los poderosos -el señor feudal, etc…-, nos habla sin lugar a dudas de un debilitamiento de las redes comunitarias. Pero, dado que cabe la posibilidad de tomar como causa lo que bien pudiera ser un efecto, habría que analizar cuidadosamente si no sería tal debilitamiento de las redes sociales lo que empujó a ciertos sectores de la sociedad a buscar refugio en la nueva figura del amor cortés. No tenemos respuesta para ello.

Notas:

* Por lo demás es así como lo vemos en la conocida figura de la Sabiduría que guarda la entrada de Notre-Dame de París.

[1] Aquello cuya misión es dividir y separar puede calificarse de diabólico, en el sentido estricto del término, del griego Διάβολος, lo que arroja, lo que destruye; contrario a lo simbólico, de σύμβoλoν, lo que une. Sobre nuestra tesis acerca del feminismo moderno como inversión del arquetipo femenino ver aquí.

[2] Queremos hacer reparar al lector además en que ambos términos se refieren al ‘pilar de la emancipación’.

[3] Quizá esta correspondencia solo sucedía cuando la situación social de la dama lo permitía, es decir cuando no contando con otros compromisos la dama tenía libertad para involucrarse o vincularse. En todo caso este aspecto, como tantos otros en lo que se refiere al amor medieval, está lleno de incógnitas.

[4] Acerca de este tema, habría que entender el puritanismo burgués, que comenzó a extenderse a partir del siglo XVIII por toda Europa, precisamente como la excepción que confirma la regla. El puritanismo constituyó un potente movimiento político de cambio social al cual se ha prestado una nula atención desde las ciencias sociales. Un movimiento de naturaleza claramente liberticida, dirigido a restringir la libertad de los sujetos en muchos aspectos de su vida cotidiana y no solo en los afectivos, eróticos o sexuales como se suele pensar. Todo ello dirigido, como es fácil advertir, a limitar la capacidad de acción y de respuesta contra la estructura de poder unilateral de esa sociedad. Gracias a la ayuda que presta la perspectiva histórica puede afirmarse que lo que trajo consigo el ‘nuevo régimen’, paradójicamente burgués y revolucionario a la par, fue una aniquilación programada de todas las libertades, sobre todo en el plano afectivo y emocional, que conllevó un deterioro psicológico evidente en la población. Repetimos que este es un tema habitualmente ignorado pro las ciencias sociales.

Fuente: Agnosis I II III IV CI CII

Deja un comentario